El paso de la pandemia dejó muchísimos cambios y complicaciones en la fisonomía de las ciudades y otros tantos problemas psicológicos para sus habitantes que de a poco tratan de reacomodarse tras un período amargo en donde la salud, fue lo único importante.
Y justamente cuando la población puede empezar a tomar aire, sin miedo a que venga con virus incluido, los reacomodamientos empiezan a mostrar nuevos escenarios impensados, como el que hoy tienen (tenemos) los inquilinos a la hora de buscar un nuevo hogar.
Hace unos años atrás, previos a la situación de pandemia, el problema de alquilar quizás era que los inmuebles estaban caros, o que aumentaba mucho la renovación y muchas veces por esto mismo, varios empezaban a alejarse del centro a la hora de elegir una casa o departamento, priorizando costos o comodidades imposibles de pagar con un sueldo de trabajador medio en zona del macrocentro. La ausencia de regulaciones, a la hora de las renovaciones especialmente, generaban bastantes movimientos y la aparición de cuotas para pagar este tipo de gastos permitieron de alguna manera morigerar estos impactos.
Sin embargo tras la llegada de la ley de alquileres, lo que inicialmente fue un festejo y beneficio, con la pandemia de por medio se convirtió en un nuevo problema. Hoy un departamento de un dormitorio en zona centro de la ciudad ronda entre los 25 y los 40 mil pesos según los metros cuadrados, la antigüedad, la zona o los beneficios que tenga el edificio en particular. Si bien el número puede ser elevado, en líneas generales para una pareja o un profesional, puede ser una opción para llegar con esfuerzo a cambio de por ejemplo, tener mejor transporte o cercanía si el domicilio laboral es cercano a la vivienda.
Ahora bien, si a ese mismo departamento le agregamos la mediación de la inmobiliaria aparecen los gastos de ingreso que para un caso como ese, rondan los 160 mil pesos. Dato, no opinión. Con lo cual los números que viene haciendo nuestro trabajador de “si llego o no por mes a los 25 a 40 mil por mes” le sumamos la necesidad de pagar aproximadamente 4 alquileres juntos para poder entrar a vivir al lugar elegido, como lo decía en el título, el problema no es el costo, sino lo que hay que pagar.
Si a esto le sumamos la cantidad de inmuebles “en venta” que no se venden, nos encontramos con una historia de “el gran bonete” que no logran juntar a dos pares que tienen mucha, pero muchas ganas de juntarse. Inquilinos y departamentos a precios justos, que permitan menos morosidad, y por ende menos problemas para sus propietarios.
Habrá que esperar que surge de diputados, por lo pronto, solo preguntas sin respuestas. ¿Volver a los dos años?, ¿actualización semestral? ¿impuesto al inmueble ocioso?. Por lo pronto si a los gastos de ingreso los pagara magoya, serían varios los que ya estarían pensando en la mudanza.
