Atrás quedaron los enérgicos discursos de campaña, la impronta intelectual, el excelente vocabulario y la demostración de un bagaje político, con una retórica que buscaba enamorar o convencer como en un juego de seducción. Hoy el camino es mucho más corto, como un reel de instagram o tik tok, y con el mismo grado de profundidad.
Los candidatos se parecen a su pueblo o al menos lo intentan desde tiempos remotos, desde vestirse de una manera en particular para la recorrida por los barrios y de otra diferente a hora de una cena con empresarios hasta la cara que es necesaria poner para el afiche de campaña. El candidato o candidata siempre posa para que un público trate de leer ese mensaje. Hace unos años Marie Eugenia Bielsa sorprendía con su gesto adusto en el afiche que tradicionalmente tenía a todos los precandidatos a pura sonrisa; en el año 2023 la ciudad parece haberse vuelto “bielsista” en términos de campaña política.
De todos modos esa es una parte cada vez más pequeña del marketing electoral. Años atrás el trabajo era pensado si prácticamente con la gráfica como estrella, junto a la radio y la televisión. El candidato o candidata de turno, tenía que manejar esos tres planos discursivos de la mejor manera posible para poder convencer al pueblo de que lo elija mediante esos canales.
Sin embargo, las redes sociales y la smartización de la tecnología, fueron generando cada vez más nuevos espacios de comunicación en términos de redes sociales, en donde la brevedad y lo concreto comenzaron a ganar terreno a los grandes discursos elocuentes. A su vez, del mismo modo que mucha elocuencia no pasaba a ser tan necesaria, los argumentos… los argumentos cada vez más suavemente fueron dando lugar a algunas pocas frases que generen impacto, por más que las mismas estén medio floja de papeles a la hora de ser chequeadas.
Hace unos años cuando irrumpieron las primeras campañas de este estilo en el mundo, la clase política quedaba estupefacta ante tamañas demostraciones de alocuciones y acciones cercanas al ridículo, la poca profundidad o mensajes vacíos. Pero sin embargo, las urnas parecían responder bien a este tipo de narrativas, el famoso “está mal, pero no está tan mal” empezó a ganar terreno y los prácticas se fueron corriendo mucho más cerca de la puesta en escena y el show, que del argumento y de la política: ¡Es el marketing digital estúpido! podría decir Donald Trump a quien le alcanzó con explotar esa faceta a la perfección para convertirse en presidente de EEUU mientras muchos no podían creer lo que el pueblo estadounidense había votado.
Si nos vamos más al sur del continente, hoy escuchar a una Patricia Bullrich hablando de cifras irrisorias a propósito del ingreso universitario extranjero a las Universidades Públicas de Argentina o haciendo de Mascherano en un pequeño video ante una Losada incómoda con el personaje que le toca en esta “improvisación”… no quedan dudas de que nadie con convicciones o militancia política compra ese juego como verosímil, ni propios, ni extraños; y sin embargo ahí están videos como ese, navegando en las redes, compartiendose en servicios de mensajería y volviéndose extremadamente viral.
La pregunta que no deja de hacerse la política tradicional, esa que gustaba de los mano a mano entre “políticos de raza” y que celebraba cada chicana como un gol en un clásico es… ¿En algún lado, esa semilla viral, vacía, floja de papeles en cuanto a chequeo de información: se traduce en votos?.