Existe dentro del progresismo, panperonismo, izquierda, como quiera llamarle, un shock tras el triunfo de Milei que lo obliga a repensarse. Asoman dos posturas: una está ligada a la defensa, más o menos férrea, del estado de cosas pre-Milei, del funcionamiento del Estado o de lo público, aún con sus falencias, la otra se relaciona con una especie de culpa que apura un revisionismo del consignismo de los últimos años ¿5?, ¿10?, ¿20? Y puede condensarse en un ¿Cómo no se nos ocurrió?
El revisionismo progresista no es sincero, ya que no tiene agenda propia. Surge de una reacción instintiva ante la avanzada feroz del milei-macrismo. Hoy día vemos muy seguido a comunicadores o militantes lamentarse porque “el peronismo no hizo una reforma laboral en favor de los laburantes”, “no se recortaron las dietas los congresistas en la pandemia” o “no se cortó con los privilegios de la política”. Esos lamentos suelen ir acompañados de otros falsos mea culpas en relación al declive de la educación y salud pública o al exceso de Zaffaronismo, hablando en términos de inseguridad.
Tuvo que venir Milei con el estremecedor dato de que la mitad de los chicos de 8 años no pueden comprender lo que leen para sacudir la modorra de un peronismo complaciente con el Estado actual. Desde el 2013, el panprogreperonismo tiene problemas para imponer una agenda propia a la altura de sus reivindicaciones de justicia social y se limita a correr detrás de la agenda que si implantan con éxito los sectores de derecha y sobre todo los más radicalizados, encarnados en la figura de Patricia Bullrich. La educación pasó a ser una bandera de la derecha, encontrando su pico máximo en la pandemia, cuando las organizaciones de padres reclamaban por la vuelta al aula de los chicos encuarentenados. El macrismo cerró filas detrás de la causa y el peronismo, desconcertado, se limitó a esgrimir que las clases virtuales eran clases y que la educación podía esperar porque la prioridad máxima era la salud. Curiosa encerrona en la que se vio envuelto el progresismo, ya que las inversiones del kirchnerismo en materia de educación representaron un récord desde el retorno de la democracia. El dinero no es todo, pero cómo ayuda a la hora de dotar de datos al relato.
https://chequeado.com/ultimas-noticias/cfk-hemos-pasado-de-un-364-del-pbi-en-educacion-a-un-65-en-2012/: ¿Cómo no se nos ocurrió?
¿Y si se nos ocurrió?
Hace algunos días, se anunció que diputados y senadores no gozarán más de las millas que otorgan los vuelos costeados “con la tuya contribuyente”. El timing no fue azaroso. La medida y el procesamiento de Alberto Fernández, prepararon el caldo de cultivo perfecto para acompañar el rutilante anuncio del paquete de “leyes anti-casta” que buscará cortar con los “abusos y/o excesos de la política”. Esperable del Gobierno que hizo del combate contra la casta una proclama. La novedad la aportó CFK en Twitter. El beneficio de las millas había sido retirado a los congresistas en la gestión de Mariano Recalde al frente de Aerolíneas Argentinas en el año 2012 por orden de la presidenta. Creo que ni el más ferviente kirchnerista recordaba esta medida. La austeridad, la eficiencia o el cese de los abusos de la política nunca fueron parte del léxico del espacio. En 2016, bajo la comanda de Mauricio Macri, se restituyó el beneficio.
¿Mejor nunca que tarde?
Durante la pandemia, Massa, entonces presidente de la cámara de diputados, impulsó un recorte de las dietas en un 40%. La medida no prosperó, en parte por la negativa de la fórmula presidencial. Alberto Fernández tildó la medida de demagógica. Desde el kirchnerismo se asoció siempre a estas medidas como “anti-política”. Razón no les faltaba a ambos. La macroeconomía argentina no se iba ni se va a solucionar con menos autos oficiales o asesores. El recorte del presupuesto que planeaba Massa era de 200 millones, frente a un gasto público del 2019 cercano a 13,7 billones, representaba menos del 0,0015 %. Sin embargo, quién esté exento de demagogias que lance la primera medida. Existía, en mayor o menor grado, un incipiente rechazo a la “política” por la falta de resultados recientes, al que se le podría haber enfrentado un discurso propio, interpretando la época y sin renegar de la legitimacion histórica del espacio sobre la política. Nuevamente, existía respaldo sobre el que apoyar el relato. Sergio Massa recortó el gasto de la Cámara Baja y los salarios de senadores y diputados estuvieron congelados todo el 2020. La oportunidad pasó y hoy aflora un discurso culposo que reza que la ausencia de estos gestos decantó en la llegada de Milei.
Vale aclarar: el recorte presupuestario del congreso no requiere la sanción de una ley, basta con un acuerdo político. De la misma forma en que Massa lo hizo, hoy podrían implementarlo Villarruel y Menem pero aún no se registran intentos en esta dirección. De hecho, las dietas de los congresistas aumentaron un 30% en lo que va del año. Al parecer, no venían a combatir la casta, pero eso es sabido ya por todos. La medida aún se discute y es probable que se de marcha atrás. Sin embargo, fue notorio el silencio del peronismo frente al vaivén.
No vives de contrafácticos
Señalar que Milei es consecuencia de la quietud del peronismo o progresismo frente a un abanico de reclamos de la sociedad es un razonamiento vago. Máxime si no se aclara cuál debió haber sido el contenido de las reformas en cada una de las materias como seguridad, empleo o educación. Como muestra de esto, la reciente discusión entre Alejandro Bercovich y Reynaldo Sietecase, o entre el hambre y las ganas de comer.
Ante todo lo malo, lo bueno, ante un consignismo insensible, otro comprensivo
Hoy el progresismo ensaya una suerte de empatía con sectores a los que subestimó anteriormente. Por ejemplo, con los padres que tienen que contratar niñeras cuando sus hijos no tienen clases por los paros, los empresarios que enfrentan un juicio laboral “abusivo” o las víctimas de la inseguridad. Pero no incluye las voces de estos grupos en calidad de demandas sino de consignas y hacer esta concesión a la expresión que más condena el rol de lo público o estatal, sin oponer una proposición positiva es cavar la propia tumba. Es convalidar el razonamiento de María Eugenia Vidal: “Nadie que nace en la pobreza en la Argentina hoy llega a la universidad”. Así, sin más. Sin propuestas para que haya menos pobres y sin universidades. Sin apoyo al paro docente y sin aumento de salarios. En este país, para constatar el estado de las cosas existe la derecha, afirmaba Eduardo Rinesi, para los que creen que la política es una herramienta de transformación esa no es una alternativa posible, agrega este cronista. Tarea de los que creen en la política y en el rol de un Estado presente, significante hoy licuado de sentido, es tener una agenda propia que le permita hablar en sus propios términos de la reconciliación entre la eficiencia y la solidaridad de un estado sensible a las demandas. También implicará revisar que grado de acierto y error tuvieron las posturas propias y de los actores aliados ante estos reclamos en la discusión pública. Parafraseando a John Fitzgerald Kennedy, no te preguntes qué pudo haber hecho el progresismo por ti, pregúntate qué pudiste hacer tú por el progresismo.