Cerca de las 18 del jueves más de 300 vecinos de barrio Alvear se agruparon en las puertas del jardín de infantes “El Sapo Pepe” para soltar globos al aire en memoria de Candelaria Enrique, la niña de 5 años que recibió un disparo en la puerta de su casa, a pocas cuadras del jardín, la noche de Navidad. Alsina al 3900 fue cortada al tránsito y todos en la inmensa barriada sabían el por qué.
Los globos eran blanco y rosa, unos cien aproximadamente. Allí estaban amigos, los padres de los compañeros de Candelaria, las maestras, los amigos de sus padres. Todos rodeaban la puerta del jardín y en sus ojos se veía tristeza e indignación.
Carina es la abuela de una compañera de Cande, como la llamaban en el jardín. Estaba con su hija y mirando la escena. Sólo dijo con cierta bronca: “A la nena la conocemos desde que vino al jardín y algo es seguro, el que disparó el arma es un asesino y podría haber matado a cualquiera en el barrio. La última vez que la vimos fue en un acto en el Distrito Oeste, era hermosa, se reía mucho”.
Marisol es madre de “una de las mejores amiguitas de Cande. Cuando pasó esto le dije a mi nena que Cande ya no iba a ir al jardín y que se había ido al cielo y me preguntó: ¿cómo que se fue al cielo? ¿Y ahora que hacemos? Y le contesté que los globos que le mandábamos hoy eran para ella, que estaba en el cielo y los iba a agarrar, y mi hija se quedó contenta”.
Los más cercanos tenían puestas remeras con una foto de Candelaria disfrazada con un gorro de Papá Noel. El hilo común de todos eran los ojos llorosos, la mirada triste y no se distinguía la angustia que sobrevolaba el lugar entre hombres, mujeres y niños.
A las 18.15 salieron de las puertas del jardín la directora, Belkis, y los padres de Candelaria con decenas de globos. Belkis, micrófono en mano y entre sollozos, leyó como pudo un escrito. “Estamos reunidos por Candelaria y agradecemos a todos por estar acá. La vimos crecer todos los días desde muy pequeña, desde su timidez y su sonrisa. Sus carcajadas se escuchaban en todo el jardín, le gustaba peinar y maquillar a las seños y disfrutó todos esos días del jardín. A fin de año logró escribir su nombre. Los globos son de tus colores preferidos, Candelaria, blanco y rosa. Te vamos a extrañar, siempre y estarás en nuestros corazones y por siempre en este jardín”. La maestra no pudo seguir leyendo, las lágrimas la invadieron.
Luego, menos angustiada y ya sin el llanto en la garganta, dijo: “Esto es muy triste, inflábamos los globos y pensaba que esto me parece imposible. Era un ángel y a este jardín también venía Auriazul Morera, una nena a la que mataron junto a sus padres a principios de año, esto es horrible. Pienso que los gobernantes, los jueces, alguien tiene que regular el uso de las armas. Este barrio está muy inseguro y cualquiera anda tirando balas por la vida y matando en este caso a los niños. No es así… no es así”.
A las 18.30 cada vecino tenía en su mano los globos, en una actitud que era casi como sostener a Candelaria. A la cuenta de cinco las decenas de globos ganaron el cielo entre aplausos y llantos contenidos.
Micaela Astrada, la madre de la niña, dijo a los congregados en Alsina al 3900: “Queremos justicia por Candelaria, que circulen las fotos de mi hija. Tenía una vida por delante y me la arrebataron y esa persona sigue libre”. En ese momento un integrante del grupo Familiares y Víctimas de la violencia en Rosario acercó un molde con una estrella de cinco puntas para así pintar la vereda del jardín y una de las seños de Candelaria tomó un pincel y comenzó a darle forma a una estrella roja. Luego le pasó el pincel al padre de la niña, que lloró en total silencio.
En el triste y emotivo acto también estaba Roberto, el abuelo de Ámbar Auriazul Morera, una niña asesinada en mayo pasado. Con una remera que recordaba a Auriazul y con su otra hija al lado, Roberto dijo que “es un golpe terrible que te maten una nieta o una hijo. No hay retorno. Nosotros a veces estamos más o menos y otras muy mal. Estos homicidios no tienen lógica. Cuando me enteré lo de Candelaria, que casualmente venía al mismo jardín que Auriazul, reviví todo ese infierno”.
En mayo pasado Gabriela Aymará Altamirano, de 25 años; Tomás Rodrigo Morera, de 27; y sus hijos Ámbar Auriazul, de 6, y un pequeño de 4 años llegaban para visitar a la abuela de los nenes en la casa en la cual Gabriela se había criado. Cuando bajaron del auto y se adentraban en un pasillo, pasó un vehículo desde el cual partió una lluvia de disparos. Gabriela y Auriazul cayeron agonizantes al piso, Rodrigo murió en la vereda y el nene de 4 años corrió en medio del pandemónium y logró entrar en la casa familiar y salvarse. Por ese hecho hay un hombre imputado, en el caso de Candelaria se siguen realizando las investigaciones para dar con la persona que disparó a la nada y la mató.