El río Paraná atraviesa una de sus peores bajantes en lo que va del año, con registros que continúan descendiendo y generan fuerte preocupación en distintos sectores económicos y sociales del Litoral. Las últimas mediciones realizadas frente a la ciudad de Rosario marcaron una altura de apenas 70 centímetros, y las proyecciones indican que el nivel podría seguir cayendo hasta alcanzar los 60 centímetros en los próximos 14 días.
Según datos del Instituto Nacional del Agua (INA) y de la Prefectura Naval, en el Puerto de Santa Fe el nivel actual del río se ubica en 92 centímetros, muy por debajo del promedio habitual para esta época del año. El comportamiento del río refleja una clara tendencia descendente, con fluctuaciones dentro de niveles bajos, y todo indica que esta dinámica se mantendría en los días venideros.
La preocupación se extiende especialmente entre quienes dependen de la navegación comercial, la pesca artesanal y el abastecimiento de agua potable. Es que el retroceso del caudal ya comienza a afectar la logística fluvial, el acceso a determinadas zonas de pesca y la toma de agua para consumo humano.
Durante el verano, el Paraná había logrado cierta estabilidad con niveles que oscilaron entre 1,5 y 2,5 metros. Sin embargo, con la llegada del otoño comenzó un descenso pronunciado que pone en alerta a las autoridades y a las comunidades costeras. La situación trae a la memoria la histórica bajante ocurrida entre 2020 y 2023, cuando el río tocó mínimos récord. Aquella crisis dejó secuelas profundas en la producción energética, la biodiversidad y el transporte de cargas.
Especialistas del INA explican que el fenómeno actual está relacionado con alteraciones climáticas y con la evolución hidrológica de la cuenca alta del Paraná, que se desarrolla principalmente en Brasil. Las lluvias escasas en esa región, combinadas con altas temperaturas, estarían incidiendo negativamente en los aportes al cauce principal.
La incertidumbre es grande, y el impacto potencial va más allá del ambiente. El sostenido descenso del río podría repercutir en los precios del transporte fluvial, dificultar la operatividad de las plantas potabilizadoras y alterar el equilibrio de los ecosistemas ribereños. La fauna ictícola también se ve comprometida, con migraciones afectadas y reproducción limitada por los cambios en el hábitat.
Frente a este panorama, las autoridades siguen de cerca la evolución del Paraná y recomiendan a la población mantenerse informada a través de los canales oficiales. Aunque por ahora no se decretaron restricciones, no se descartan medidas si la situación continúa agravándose.