Unas cien personas se juntaron este lunes por la tarde en el playón de Molina y Cafulcurá, una lugar convocante del barrio La Cerámica. Como vecinos que se conocen de toda la vida, la idea era pedir justicia por Maxi, Maite, Benja y Luis, las víctimas —tres adolescentes— de los cuatro homicidios ocurridos en menos de una semana. El encuentro se convirtió en dolor, impotencia, en un aullido sin eco en un barrio que está solo frente a la más cruel violencia narcocriminal.
Horas antes los cuerpos de Maite Gálvez y Máximo “Chino” Lujan, los chicos de 14 y 13 años acribillados en un doble homicidio ocurrido la noche del sábado en Medrano y Coliqueo, eran velados en dos salas contiguas de una cochería de Darragueira al 1100. El Chino era menudo y su cara se perdía en el féretro entre flores de plástico y los abrazos de sus amigos, la caricia a la mano muerta, el beso a un pómulo helado.
Decenas de amigos, parientes y vecinos de La Cerámica estaban ahí, dispersos en el gran parque de la cochería y aguantando. Entre ellos los padres de otros chicos muertos en ese barrio que pasó en los últimos 30 años de ser una villa de pasillos y laberintos a un barrio urbanizado de gente de trabajo.
En la otra sala estaba el cuerpo de Maite, la nena de 14 años que esperaba ilusionada estrenar un vestido para festejar sus 15 el próximo 10 de junio. Pocas flores, llantos y abrazos. No menos de cinco niñas alrededor del cajón, caricias mudas y un silencio helado. Maite y el Chino eran novios. Iban a escuelas distintas que este lunes decretaron duelos y se suspendieron las clases.
Alrededor de las 17, los vecinos se fueron acercando al playón con miedo y bronca. Unos ocho móviles policiales daban vueltas por el barrio y se estacionaron frente al predio. Un familiar de uno de los chicos asesinados en estos días sentenció: “Esto es una vergüenza. Están matando chicos en el barrio y la prensa dice que es una guerra narco. ¿Qué guerra? Mi hijo tenía 15 años y estudiaba. Nunca hizo nada malo, me rompí el alma para criarlo y trabajo 12 horas por día, ¿qué guerra narco? No tenemos nada que ver con los narcos, que ellos resuelvan sus cosas pero que no maten a nuestros hijos. La policía no hace lo que tiene que hacer y nosotros, que pagamos los impuestos como cualquiera y tenemos los derechos de cualquiera, vemos cómo matan a nuestros hijos. Todo es una vergüenza. El periodismo que dice cualquier cosa y los que tienen que evitar esto, la policía, los políticos que no hacen nada. ¿La policía? Mejor ni hablar. Este barrio es solidario y hermoso y lo están desangrando”, dijo el hombre.
Poco a poco la gente se iba arrimando al centro del playón. “¿Dónde están los medios?”. “¿No viene el canal?”. “¿Vino el pastor?”. “Y el cura, ¿vino?”, se preguntaban las mujeres, hombres y niños del barrio que se sienten solos, abandonados al azar de los tiros. “Si la policía no viene a cuidarnos, al menos nos vamos a defender nosotros. Armas no nos faltan”, aseguraba un vecino.
La droga robada
“Todo lo que dijeron los narcos lo están cumpliendo, matan a cualquiera y ahora nos dijeron que van a empezar a quemar las casas hasta que la droga aparezca”, contó un hombre joven.
Lo que tiene que aparecer, todos comentan, son unos 20 kilos de cocaína que tres hombres al parecer robaron de una casa de Medrano y Molina que habría sido alquilada con la droga adentro. Entonces quienes reclaman la propiedad de ese material hicieron saber a todo el barrio que iban a matar a vecinos hasta que “aparezca la droga o los ladrones”, contó una mujer.
En medio de la manifestación otra mujer se acercó y dijo, tapándose la boca. “La tiene toda Graciela, que mandó a los hijos de viaje”. El barrio parece conocer esa historia, pero prefiere callar.
“Tengo mucho miedo, me dijeron que iban a volver”, se limitó a decir la madre de uno de los chicos asesinados. Pasadas las 18 unos cuantos vecinos decidieron comenzar a aplaudir y gritar “justicia, justicia”. No faltó alguien más enojado que planteó cortar las calles o redoblar la apuesta: “Cerremos el barrio, nadie entra a La Cerámica”. El barrio donde todos, los buenos y los malos, se conocen y saben que los atacantes no son de ahí.
Unos minutos después las ramas de hojas secas ardían en varias calles mientras la policía custodiaba discretamente. “No podemos vivir así. Este barrio era una villa y después de mucho pelear logramos esto, un barrio digno. Antes de que llegaran estos narcos era una zona tranquila con chicos jugando en las plazas y andando en bicicleta como Maxi y Maite. Los chicos salieron a jugar y se los devolvieron muertos a los padres”, reflexionó una vecina, mientras otra afirmaba: “Cada vez que escucho un auto no puedo dormir más y no voy ni al kiosko”.
Más de dos horas los vecinos esperaron algo, alguien. No sentirse tan solos en esta pelea con un enemigo que no esperaron: los narcos que arreglan sus peleas internas matando a adolescentes que nada tienen que ver con ese mundo oscuro y falsamente próspero.
La protesta terminó y pasadas las 20 el miedo volvió a adueñarse de las calles cuando se comenzaron a escuchar disparos. A esa hora la policía ya se había retirado.