Hay algo que me viene dando vueltas en la cabeza en la movida WandaGate y no es el tratamiento de los medios que castigan a la China y no hacen foco en la responsabilidad de Icardi. Sí, eso es machista. ¿La China poco sorora con otra mujer? Bueno, eso también.
Más allá de tomar partido en el asunto, creo que hay otra cuestión más profunda, que tiene que ver con ese sentimiento de indignación que nos invade a algunas personas ante quienes parecen disfrutar de que alguien que se encuentra en pareja los desee y los elija, al menos por un rato. ¿Qué emerge del WandaGate?
¿Ego, inseguridad y competencia? Cuan inentendible e indignante me resulta el regocijo de ser capaz de hacer temblar a una pareja. ¿Acaso no todos conocemos por lo menos a una persona que acostumbra a querer levantarse de manera permanente a quienes se encuentran en pareja e incluso parece dejar rastros adrede para que el resto se entere de lo acontecido? Casualmente, entiendo que suelen actuar así con personas que los rodean, que conocen, con quienes tienen un mínimo de confianza.
Me da la sensación de que lo importante no es a quién se levantan, el deseo no está puesto ahí. Esa persona podría ser cualquiera, es intercambiable. Lo importante es quién es su rival. A quién buscan quitarle la corona en esta nueva ocasión. ¿En dónde se manifiesta el deseo?
¿Qué ganan quienes se exponen repetidas veces al señalamiento colectivo, a la pérdida de confianza y de vínculos? ¿Aparece en algún momento la culpa? Tal vez, aún perdiendo, aún siendo segundos (o primeros por un rato) encuentran una victoria: la de permanecer irresistibles. Supongo que existe un placer en desestabilizar hasta las más sólidas uniones, en protagonizar el motivo de la ruptura.
¿Acaso ese accionar no es levemente patriarcal? ¿Cómo podemos abordar solterías más responsables que contemplen la existencia de un otro, aún en vínculos no monogámicos? ¿Se puede deconstruir el deseo?